Sérum, crema de día, de noche, contorno, aceite facial, limpiador, exfoliante… Sí, sabemos que a veces abruma la cantidad de productos que tenemos que utilizar para que nuestra rutina facial sea completa y perfecta. Además del número, a veces también nos puede confundir la función de cada uno de ellos… Pero, ¡No hay problema! Vamos a explicar las razones por las que utilizar uno de los productos de belleza que más nos confunden a veces: el sérum.
El sérum es un producto cosmético que, por su formulación, textura y concentración de principios activos, penetra en las capas más profundas de la piel. Esta es una de las diferencias fundamentales que tiene un sérum en relación a una hidratante: su poder de penetración y la potencia de su formulación.
Los sérums suelen estar destinados a reparar necesidades específicas y concretas de la piel: sequedad: poros dilatados, exceso de grasa, falta de luminosidad, arrugas, flacidez, envejecimiento, textura desigual… Pero no cubren todas las necesidades de hidratación y protección que la piel necesita, por lo que siempre hay que utilizarlos en combinación de una hidratante. El sérum nunca la sustituye, pero siempre debería precederla. Teniendo en cuenta esto, y como ya habrás podido leer en posts anteriores, el orden ideal de aplicación es: desmaquillador, limpiador, tónico, contorno de ojos, sérum e hidratante. ¡Tanto por la mañana como por la noche!
La forma más efectiva de aplicarlo es poner una pequeña cantidad sobre las yemas de los dedos y calentar un poco el producto presionando las yemas de una mano contra las de la otra. Aumentando levemente su temperatura, facilitaremos su penetración. Lo aplicaremos presionando desde el centro del rostro hacia fuera y de arriba hacia abajo. Y, por supuesto, no nos olvidaremos del cuello, en el que también realizaremos un suave movimiento hacia el exterior.
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